Jesús, el Cordero de Dios (Juan 1: 29-34)




A esta sección del Evangelio según San Juan la podríamos haberle llamado también “Juan el Bautista: El Cordero de Dios…”, algo parecido a lo que hicimos anteriormente, pues este pasaje continúa con el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús.  Sin embargo, este título podría haber tenido como resultado, no intencionado, de resaltar a la persona de Juan sobre Jesús, quien es descrito aquí como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”

Aunque es indiscutible que la persona de Juan el Bautista es importante (cf. Lucas 7:28), en realidad lo es por su relación a Jesús.  Esto se debe a que la misión de Juan era el de preparar los caminos del Señor; es decir, introducir Jesús a Israel, quien es en realidad el Personaje central no solo de este pasaje bíblico, sino también del Evangelio según San Juan y de toda la Biblia.

En otras palabras, la misión de Juan el Bautista era el de presentar a Cristo, el Mesías, la figura central en la Biblia.  Una introducción que era primero para los judíos, pero la salvación es para el mundo entero; salvación que se realiza por medio de Jesús, es decir Emanuel, el “Dios con nosotros” (Isaías 7:10-14 [a]), cuyo “nombre” es “Dios fuerte” y “Padre Eterno” (Isaías 9:6), “Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 31-32); también conocido por un Nombre derivado del Tetragrámaton: Jehová, es decir Jesús (comparar Isaías 40:3-5 con Juan 1:23), un solo Dios quien con el Espíritu Santo conforma tres Personas: el misterio de la Santa Trinidad.

Según D. A. Carson, este pasaje bíblico funciona también como un “puente” que une el testimonio de Juan con otra sección importante sobre las declaraciones que después se hacen en este evangelio acerca de Jesús (The Gospel according to John, 147). De esta forma, después de haber presentado a Jesucristo como a Dios mismo (Juan 1:1), y como a un ser humano a la misma vez (Juan 1:14), el autor de este evangelio menciona una serie de declaraciones, títulos, o nombres sobre Jesucristo.

El primero de ellos, “el Cordero de Dios,” (Juan 1:29), es un nombre que ha pasado a ser una frase o término muy conocido en la literatura cristiana por medio de catecismos, confesiones, poesías e himnos.  Después en este mismo capítulo, a Jesús también se le llama “el Hijo de Dios” (o “el Elegido de Dios” en Juan 1:34), “Rabí” o “Maestro” (Juan 1:38,49), “el Mesías” o “el Cristo” (Juan 1:41), “el Rey de Israel” (Juan 1:49), y finalmente “el Hijo del Hombre” (Juan 1:51).

Aunque Carson cree que probablemente estas declaraciones se hicieron sin que los primeros discípulos pudieran haber entendido completamente a plenitud las maravillosas implicaciones de estos títulos, hay algo que sí está bastante claro en este capítulo. Dos de los discípulos de Juan el Bautista, el otro Juan y Andrés, al escuchar que Jesús es “el Cordero de Dios”, ellos discernieron que Él debería haber sido alguien lo suficientemente importante como para seguirlo.

Las dos funciones mencionadas (quitar “el pecado del mundo” en el v. 29 y bautizar con el “Espíritu Santo” en el 33) eran además lo suficientemente importantes como para abandonar a su antiguo líder, Juan el Bautista, aun en la cima de su ministerio, y seguir así los pasos de Aquel quien en esos momentos era todavía un Hombre casi desconocido, Jesús de Nazaret.

 

1. Lectura: Juan 1: 29-34: El Cordero de Dios

1:29 El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

1:30 Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.

1:31 Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.

1:32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.

1:33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.

1:34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

 

1. Juan 1: 29: Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

1:29 El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.

En el segundo día de una semana transcendental, podríamos visualizar la imagen del Señor Jesús acercándose a Juan el Bautista a la distancia para que, seguramente, reciba el testimonio que le permitiría continuar su recién iniciado ministerio al frente de sus primeros discípulos.

W. Stallings, como otros también, se imagina que Jesús ya se había bautizado y que probablemente ahora venía de la tentación del desierto (Mateo 4; Lucas 4), acercándose al Jordán donde Juan estaba bautizando.  Aparentemente, el propósito de acercarse a Juan era recibir su endorso, la cual se realizaría en parte con dos declaraciones distintas y poderosas.

En la primera de estas declaraciones, Juan utiliza primero una frase corta designada para llamar la atención de sus seguidores: “He aquí” (RVR60), que significa realmente “Miren” (cf. Juan 1:29 en otras versiones).

El versículo 29, que incluye la primera de dos importantes funciones, quitar el pecado del mundo, es quizás el versículo más importante en este pasaje y por eso merece que invertamos algún tiempo aquí.  Esto se debe también al doble énfasis de la frase introductoria, “El Cordero de Dios,” pues este se encuentra no solo aquí en Juan 1:29, sino también más adelante en el [reftagger title=”John 1:36″]versículo 36[/reftagger], pero allí figura sin la importante variante “…que quita el pecado del mundo”.

Esta frase, “El Cordero de Dios,” aparece normalmente en algunas traducciones modernas como un subtítulo que los editores de estas publicaciones de libros han añadido para introducir el tópico principal de todo este pasaje que incluye también los versículos 30 al 34 (ver por ej. RVR60 y LBLA).  Otras traducciones al español también utilizan el mismo subtítulo, pero agregan al comienzo el nombre de Aquel que procedía del cielo: “Jesús, el Cordero de Dios” (ver DHH, NTV y NVI).

Por toda la importancia que esta frase ha tenido en la literatura cristiana de todos los tiempos, como mencionamos anteriormente, en realidad no ha habido un acuerdo común entre los teólogos y eruditos acerca del significado exacto de esta frase, Cordero de Dios,” la cual debe de interpretarse junto con la pista o indicio que le sigue a continuación, la importante función purificadora de quitar “el pecado del mundo.”

Noten que la diferencia de opiniones aquí no es sobre Quien se está hablando — es claro que Juan el Bautista se refería a Jesucristo.  Ni tampoco se arguye que Cristo tiene la voluntad o el poder de quitar el pecado de todo el mundo; eso también está bastante claro en todo el Nuevo Testamento.  La discrepancia teológica es realmente sobre la prefigura o tipo de cordero” que Juan el Bautista está utilizando aquí para describir a nuestro Señor Jesucristo.

Creo que sería seguro afirmar que la mayoría de comentaristas creen que se trata de algún tipo de cordero expiatorio del Antiguo Testamento; aunque hay también aquellos que creen que Juan el Bautista podría haber hecho una referencia profética acerca del cordero que se menciona muchos años después en la revelación divina que su discípulo Juan tubo años después durante su cautiverio en Patmos, revelación que nosotros conocemos como el Apocalipsis.  En este segundo caso, este cordero no ilustraría la imagen de un sacrificio expiatorio, sino la de un cordero guerrero y victorioso, como vamos a ver más adelante.

Pero por ahora, veamos primero las teorías más aceptadas que se tienen respecto a este cordero que se utiliza generalmente para describir el papel redentor de nuestro Señor Jesús.  Noten que, en muchos casos, algunos teólogos han aceptado una, dos, o aun todas de estas interpretaciones que vamos a ver, pero creo que, por motivos de claridad, tendría sentido que nosotros primero tratáramos de examinar estos tipos individualmente.

1) 1) El Cordero Pascual.

Quizás el tipo o la prefigura más común, la que tradicionalmente se ha usado en el en el cristianismo, es que Juan el Bautista estaba aludiendo con este término al cordero pascual de Antiguo Testamento (Éxodo 12, esp. v. 13), cordero cuya sangre libró a los israelitas de la muerte de sus primogénitos cuando estaban a punto de salir de Egipto.

Pablo también mantiene esta misma visión al referirse a Jesús como “nuestra pascua” quien fue “sacrificada por nosotros” (Bartley, 75; 1 Corintios 5:7b).

Matthew Henry (Comentario Bíblico, 1355) escribió un argumento muy convincente respecto a esta primera interpretación (aunque su argumento era que el cordero pascual era solo uno de los tipos).  Notemos, por ahora, en el primer cordero que se menciona en el siguiente párrafo, que proviene originalmente de este conocido teólogo y pastor galés.

El hecho de que la Pascua estaba cercana, y la cita de Isaías 40:3, hecha el día anterior (v. 23) nos confirman que el Bautista, al apuntar hacia Cristo como al «Cordero», tenía en su mente al cordero pascual (Éxodo 12:1–13), que iba a ser el sustituto por nuestros pecados (Isaías 53:7), conforme lo vería después el Apóstol Juan en Apocalipsis 5:6. Así lo vieron también Mateo (Mt. 8:17), el evangelista y diácono Felipe (Hechos. 8:32), Pedro (1 P. 2:22) y el autor de Hebreos (9:28).

Sin embargo, esta interpretación de que Jesús era el cordero pascual tiene como problema el hecho de que el sacrificio de la pascua no era siempre un cordero, sino que podía ser también un cabrito (Morris, p. 127, nota 48). Además, la expresión “cordero pascual” no es una expresión de aquellos tiempos, sino más bien una expresión mucho más reciente.  La expresión que se usaba en los tiempos de Jesús era simplemente una palabra, “pasca” (Bartley, 73; Elwell, 1299–1300).

2) 2) El Siervo Sufriente de Isaías 53.

Respaldado además por Matthew Henry, también hay aquellos quienes favorecen individualmente el Siervo de Isaías 53:6, 7, 10; en donde se le describe claramente como un “cordero” que fue llevado al matadero (v.7).  Allí también se explica rotundamente que “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (v. 6), lo cual sería también una clara referencia a su papel expiatorio.

Además, Juan 12:38 cita Isaías 53:1 en aplicación a Jesús, aunque en este caso el contexto era diferente.  Allí, en Juan 12, se está hablando sobre la incredulidad de los judíos a pesar de las señales, no el papel redentor de Jesucristo.  Pero, aun así, la implicación es que Jesús era también el Siervo Sufriente mencionado específicamente en este capítulo de Isaías. Aunque este puede no haber sido el único texto del Antiguo Testamento detrás de la frase, es muy probable que sea uno de ellos (J. W. Bass, Lamb of God).

Otro punto a favor es que tan sólo un día antes (Juan 1: 23), Juan el Bautista se había descrito a sí mismo y a su misión con un lenguaje también tomado de Isaías (cf. Isaías 40; Hendriksen, 104).

Aunque Morris declara que en la tradición cristiana el cordero de Isaías 53 es comúnmente aceptado como un tipo o imagen de Jesucristo, este autor no parece estar muy convencido que este sea el único cordero que Juan relacionaba con Jesús.  El argumento de Morris es que esta interpretación sería válida solo si se acepta que en aquellos tiempos los judíos relacionaban al Siervo Sufriente de Isaías con el Mesías.

Sin embargo, este último argumento podría parecer a algunos menos persuasivo si se considera que más adelante, en el versículo 33, Juan es claro en manifestar que su conocimiento era de origen divino, es decir, venia directamente de Dios.

Si los judíos podrían imaginarse al Mesías solamente como un rey poderoso que los libraría del yugo romano, eso no sería necesariamente la opinión del Bautista, cuya misión como profeta no era solo de informar a Israel acerca de quién sería el Mesías (Jesús de Nazaret, por supuesto).  Sino que su mensaje también incluiría una explicación de sus funciones (perdonar nuestros pecados y bautizarnos con el Espíritu de Dios).

Además, según el website Got Questions, en el judaísmo tradicional del antaño, aparentemente si consideraba como posibilidad la relación del Siervo Sufriente de Isaías con el Mesías, aunque en el judaísmo moderno la interpretación más común es que el Siervo Sufriente es tal vez una referencia a Israel o a Isaías mismo.

3) 3) El Cordero Apocalíptico Triunfante.

Según Morris, este es indudablemente el significado de “el Cordero” en Apocalipsis 17:14, 17; pero es más difícil ver esto como la referencia del cordero de Juan 1:29: “Juan no está hablando de victoria sobre los enemigos, sino del sacrificio por el pecado.  ¿Por qué debe usarse el lenguaje del pecado si lo que se quiere decir es la derrota de los enemigos?” (p. 129).  Además, como Bartley menciona, la palabra griega que se utiliza para describir al cordero que aparece en Juan 1:29 es amnos (ἀμνός), mientras que en Apocalipsis se utiliza otra palabra distinta, pero con el mismo significado, es decir, arnion (ἀρνίον).

D. A. Carson, por otro lado, parece inclinarse más a aceptar esta última interpretación: “Cuando el Bautista identifico a Jesús como el Cordero de Dios, quien quita el pecado del mundo, él probablemente tenía en mente el cordero apocalíptico, el cordero guerrero, el cual se encuentra en algunos textos judíos.”  Citando 1 Enoc 90:9-12, el Testamento of José 19:8, y el Testamento of Benjamín 3:8 para sustentar su argumento; nosotros debemos de recordar que, aunque estos escritos carecen de autoridad bíblica, aun así, difícilmente podríamos evitar sorpresa acerca de su contenido.

En el seudoepigráfico de José, por ejemplo, se registra el siguiente texto:

8 Y vi que [de Judá nació] una virgen [usando vestiduras de lino, y de ella] nació un cordero, [sin mancha]; y en su mano izquierda había como un león; y todas las bestias se precipitaron contra él, y el cordero las venció, y las destruyó y las pisoteó.

9 Y por causa de él se alegraron los ángeles y los hombres, y toda la tierra.

10 Y estas cosas sucederán en su tiempo, en los últimos días.

11 Por lo tanto, vosotros, hijos míos, observad los mandamientos del Señor, honrad a Leví y a Judá; Porque de ellos se levantará a vosotros [el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo] aquel que dice [todos los gentiles] e Israel.

Nuevamente (la redundancia es hay veces necesaria para evitar críticas injustas en el futuro), aunque nunca podemos tomar demasiado en serio estos pasajes extra bíblicos, aun cuando sean manuscritos judíos de la antigüedad, es indiscutible que este pasaje está relacionado con Juan 1:29 en alguna manera u otra.  De todas formas, lo que se está discutiendo aquí es que es lo que San Juan el Bautista podría haber tenido en mente al usar la metáfora del “cordero” al referirse al Señor.  En este sentido, quizás este tipo de literatura era muy popular en aquellos tiempos, por lo menos desde una perspectiva histórica.

Sin embargo, lo que es absolutamente más importante de tener en mente es que lo que San Juan el Bautista menciona aquí fue por inspiración del Espíritu Santo.  Quizás aún Juan el Bautista no entendía 100% lo que él quería decir con “el Cordero de Dios”, Dios, quien obraba en Juan por medio de su Santo Espíritu, si sabía exactamente el significado al poner en el corazón de Juan mencionar esta frase.

De hecho, toda la Biblia es de inspiración divina, y si lo que Juan dijo en un determinado momento está registrado en las Escrituras, lo mejor que podemos hacer es aceptar también que lo que él dijo en esos momentos fue también inspirado por el Espíritu de Dios.

4) 4) El Cordero de Abraham.

Este es el cordero que el patriarca sustituyo por su hijo Isaac, en Génesis 22 (ver esp. v.13 en PDT), para realizar el sacrificio que Dios le había mandado hacer.  Este relato nos llama a la atención un aspecto importante del sacrificio de Jesús: tuvo también iniciativa divina (Juan 3:16).  La diferencia que quizás uno no puede evitar notar es que, aunque Dios a las finales no permitió a Abraham sacrificar a su hijo Isaac, Dios si sacrificó a Cristo por nosotros.  Aquellos que somos padres no podemos evitar tampoco cautivarnos con este tipo de sacrificio tan increíble.

Morris además menciona (nota 57) un argumento muy persuasivo de Richardson a favor de esta interpretación:

San Juan parecería (como es su manera) haber captado la sutil alusión al sacrificio de Isaac implícito en la tradición (sinóptica) del bautismo de Jesús, y está enfatizando la verdad a su manera: Cristo es el Cordero del sacrificio prometido por Dios a Abraham, el padre de muchas naciones, y por lo tanto es el que Dios dio como portador universal del pecado (Introducción a la Teología del Nuevo Testamento [Londres, 1958]).

Según Justin W. Bass, esta interpretación utiliza un pasaje bíblico en el cual si se puede discernir un lenguaje claramente sustitutivo y sacrificial.  Además, quizás la evidencia más fuerte de esta posible alusión es que algunos autores del Nuevo Testamento parecen invocar el cordero de este relato como uno que prefigura a Cristo (cf. Génesis 22:16 con Mateo 3:17 y Romanos 8:32).

En contra de esta interpretación, Bass también menciona que Génesis no presenta realmente este tipo de sacrificio como uno capaz de purificar los pecados.  Como otro contra argumento, se podrían también utilizar argumentos textuales que son muchísimos más convincentes aun, que hablan de un carnero en vez de un cordero (ver Génesis 22:13):

…la Septuaginta usa la palabra ‘oveja’ (πρόβατον, probaton) en lugar de ‘cordero’ (ἀμνός, amnos) en este relato (Gen 22: 7 LXX). El animal real que fue sacrificado en lugar de Isaac fue un ‘carnero’ (κριός, krios, Gen 22:13 LXX).

5) 5) El Cordero Continuo.

Junto con el cordero pascual y otros, Matthew Henry creía también que el texto de Juan aludía además al cordero de sacrificios diarios (p. 1355; Levíticos 1:4; Éxodo 29:38–46; Henry, Comentario de La Biblia, 805), llamado también el cordero continuo (Utley); es decir, uno que sacrificaban todos los días en el templo, en las mañanas y en las tardes.  Aunque es posible que Juan el Bautista podría haber tenido en mente este tipo de sacrificios, este cordero de expiación no recibe mucha atención en otras partes de la Escritura y probablemente no es la referencia que buscamos (Bass, “Lamb of God”).

6) Otras interpretaciones.

Existen además otras teorías que resaltan algún aspecto único de la naturaleza de Cristo, especialmente de su papel redentor en el Calvario: (i) El cordero inocente de Jeremías 11:29, el cual refleja la mansedumbre de Jesucristo, pero no cumplía ninguna función purificadora. (ii) El chivo expiatorio de Levítico 16, el cual (como su nombre indica) si tenía función expiatoria pero no era un cordero.  Por último, (iii) la ofrenda de culpa o por el pecado, la cual hay veces incluía un cordero (Levítico 4:32; 14:12s,21,24-25).  El problema de esta última interpretación es que ninguna de estas dos ofrendas (ni la de culpa y ni la del por el pecado) eran característicamente corderos. Por ejemplo, a menudo era otro animal (por ej. un carnero), y por esto esta alusión por si sola sería una de las más difíciles de detectar en las palabras del Bautista, por lo menos para aquellos que serían sus oyentes originales.

A las finales, aunque se podría afirmar que todas estas explicaciones tienen seguidores con argumentos válidos, la descripción del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,” es demasiado general como para aceptar ninguna de estas individualmente.  Lo más seguro es que Juan el Bautista estaba hablando en forma general de un tipo de sacrificio especial que llevaría consigo los pecados de toda la humanidad.

Después de haber examinado varios de estas interpretaciones, por ejemplo, Leon Morris, afirma:

Él está haciendo una alusión general al sacrificio. La figura del cordero bien puede estar destinada a ser compuesta, evocando recuerdos de varias, quizás todas, de las sugerencias que hemos convulsionado. Todo lo que los antiguos sacrificios anunciaron se cumplió perfectamente en el sacrificio de Cristo (130).

Con una forma de pensar bastante similar, R. C. H. Lenski cita un comentario de Trench:

El título que el Bautista utiliza para referirse a Jesús que no debe ser relacionado con este o aquel “cordero” en particular, mencionado en alguno de los rituales del Antiguo Testamento, sino a todos ellos, ya que cada uno podría tipificar e ilustrar proféticamente sólo una parte de la estupenda obra que el propio Cordero de Dios realizaría (126–127).

Dongell también opina que el Bautista no tenía ningún tipo individual en mente, sino que más bien promovía a Jesús como el cumplimiento de una variedad de imágenes en el Antiguo Testamento.

Stallings, llega también a la misma conclusión, aportando además información adicional para nosotros:

El artículo ‘el’ antes del cordero puede tener la misma fuerza que con “el Profeta”. Si es así, indicaría que ‘el cordero’ era un término especializado entonces en uso entre los judíos y sería entendido por ellos como referente a un Figura apocalíptica específica (32).

Creo que tampoco nosotros debemos de ignorar la importancia de esta articulo definido “el.”

Bartley enfatiza este artículo también, situado antes de la palabra “cordero,” sugiriendo que los oyentes de Juan entenderían a qué él se refería, pero este autor del Comentario Bíblico Mundo Hispano también admite que no hay conceso entre los comentaristas acerca de cuál cordero Juan podría estar refiriéndose como alusión a Jesucristo.  Aunque me parece que Bartley estaba más inclinado a aceptar al cordero pascual, él aparentemente también cree que es justo para sus lectores mencionar las conclusiones generales de Morris.

Desde un punto de vista teológico, la idea general es entonces la de un Padre bueno y bondadoso que estuvo dispuesto a entregar a su Hijo Unigénito por amor al mundo entero (Juan 3:16), quien, a pesar de tener un amor intenso por su Hijo, como Abraham lo tubo por Isaac, estuvo dispuesto a sacrificarlo.  La figura del Cordero de Dios ilustra la imagen de un manso cordero que es llevado al matadero (Isaías 53:7; Mateo 11:29).

La muerte de Cristo en el Calvario no fue un accidente imprevisto que nadie anticipó, sino que se llevó a cabo según el pleno conocimiento y la aprobación del Padre, quien, al ver eventualmente la sangre del Cordero Pascual rociada en las puertas de nuestros corazones, nos perdona del pecado que nos llevaría de otra forma a la muerte eterna (cf. Éxodo 12:13 con 1 Pedro 1:2 y Hebreos 11:28).

Jesucristo, quien vino primero a este mundo como un sacrificio expiatorio para la salvación de toda la humanidad, en los días postreros vendrá como un cordero apocalíptico, guerrero y triunfante (Apocalipsis 5:6, 12; 7:17; 13:8; 17:14; 19:7, 9; 21:22–23; 22:1–3).  Cristo vendrá como Rey y como Juez, para juzgar a los vivos y a los muertos, a los grandes y pequeños (Apocalipsis 20:11-15).

Sobre la eterna función de “limpiar el pecado del mundo,” Dongel explica que esta declaración contiene por lo menos tres importantes implicaciones: (i) Que el pecado es el problema estructural por el cual Jesús vino al mundo; (i) Que la enfermedad del pecado aflige todos, no solo un segmento limitado en el mundo, y finalmente; (iii) Que es Dios Padre quien está detrás de este Cordero, ofreciendo un remedio amable para la aflicción que el mundo por entero sufre (p. 47).

Es interesante además notar que el Bautista no dice que el Cordero de Dios quita “los pecados” (plural) del mundo, sino habla de una gran unidad, “el pecado” del mundo entero.  La idea es que “…con tantos hombres que ha habido, que hay, y que habrá en el mundo, cada uno con su vida cotidiana manchada con muchos pecados, se forman muchas masas individuales de pecado, y todas estas masas se combinan en una súper masa, ‘el pecado del mundo’” (Lenski, 126–127).

El pecado es entonces un problema grande para la humanidad, uno con el que todos nosotros deberíamos de liderar seriamente.  Jesucristo hace esto por nosotros, y no solo con nuestros pecados, sino con el de toda la humanidad entera.  Nosotros mismos no podemos quitar de nosotros nuestros pecados, esto solo Dios lo puede hacer; pero si hay un paso que debemos tomar, uno que es todavía necesario, el arrepentimiento.

Marcos nos dice que Juan el Bautista predicaba “el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados” (Marcos 1:4), pero eso no significa tampoco que Juan tenía el poder de perdonar los pecados.  Juan solo podía hablar de la necesidad del genuino arrepentimiento del pecado, algo que era necesario hacer primero antes de recibir el perdón, pero nuevamente solo el Mesías podía perdonar al hombre del pecado. Por ser Dios, Cristo tiene la autoridad de perdonar los pecados.

Una ilustración bíblica nos puede ayudar a entender esto mejor.  En Mateo 9:1-8 vemos que unos escribas pensaban que Jesús estaba blasfemando por decir que Él perdonaba los pecados de un paralitico.  En realidad, estos eruditos judíos sabían que cualquier hombre común no podía perdonar los pecados de otros – pero Jesús no era un hombre común, Él es también Dios (algo que el Apóstol Juan menciona al comienzo), y como tal, si podía perdonar los pecados no solo de ese paralitico, sino de toda la humanidad.

Estos escribas sabían mucho de teología veterotestamentaria, pero les falto la fe que se necesita para creer y aceptar a Jesucristo, para la salvación de sus almas.  Tener un conocimiento intelectual de las Santas Escrituras no es suficiente, ni tampoco puede salvar; uno tiene que tener también fe en Jesucristo para recibir el perdón de los pecados y para la salvación eterna.

Arrepentirse de los pecados es solo un paso necesario de nuestra parte, el segundo paso final y definitivo lo da el Señor Jesús, al reconocerlo como nuestro Señor y Salvador, pues Él mismo pagó por nuestros pecados en la Cruz. Nosotros con ese paso no podemos tampoco desaparecer nuestros pecados, pero Cristo si puede perdonar nuestros pecados como si Él mismo los hubiera tomado por nosotros.  Es una deuda que nunca la podremos pagar.  El perdón de pecados es un regalo que Dios nos da, a pesar que realmente no merecemos esta gracia.

 

2. Juan 1: 30: Aquel de quien hable antes

1:30 Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.

Esta es la tercera vez que el Evangelista repite esta declaración en este primer capítulo de San Juan, que Jesús era “antes” de Juan el Bautista, lo cual es realmente una declaración sobre la pre-existencia de Jesús (ver también 15 y 27).  Esta aclaración cronológica debió haber sido algo importante no solo para el Juan el Bautista, sino también para el Apóstol Juan, el autor de este evangelio, para que le de tal énfasis.

En el presente versículo, sin embargo, hay una pequeña variación que no la vimos en los dos versículos anteriores, aquí Juan el Bautista menciona a “un varón;” mientras que en los versículos 15 y 27 la referencia es más indirecta.  Esta palabra nueva tiene como aparente fin el de recordarnos que Jesús fue también un ser humano, precisamente en el mismo lugar donde se hace una declaración tan importante sobre su Divinidad: Jesús es Eterno, es decir, ya existía mucho antes que Juan el Bautista (ver el comentario en el v.15; cf. Juan 8:58-59).

Es entonces una alusión clara sobre la pre-existencia y la deidad del Mesías, casi como si Juan el Bautista estaría tratando de decir: “Aunque yo soy mayor que Jesús en edad, en realidad él es eterno. Yo soy hombre; él es Dios” (Palau, 58).

Las tres referencias que el autor del Evangelio según San Juan registra en los versículos 15, 27 y 30 con respecto al Señor Jesucristo, que Cristo era “antes” que Juan el Bautista, son también similares, por lo menos en propósito, a las declaraciones que encontramos en los evangelios sinópticos (Mateo 3:11; Marcos 1:7; Lucas 3:16), donde Juan el Bautista declara que Jesús es “más poderoso que yo”.

Hay entonces en esas últimas palabras una comparación en términos de la limitada capacidad humana con la del Señor.  Similarmente, pero diferentemente a la misma vez, en el Evangelio según San Juan la comparación es sobre tiempo y rango (cf. “de rango más alto” en la versión NASB y otras en inglés de Juan 1:15).

El propósito de estas afirmaciones era el de contrastar la marcada naturaleza entre estos dos varones.  Juan el Bautista era solo un hombre, pero Jesús no es solo un hombre (cf. “es” porque resucitó en forma física ver Juan 20: 24-29): Cristo es primero y antes que nada Dios.

Por último, los tres primeros autores del NT nos explican claramente el contexto histórico de estas declaraciones, ocurrió un poco antes del bautismo de Jesús, lo cual es un evento si relatado (propiamente dicho) por estos tres evangelistas sinópticos.  Por otro lado, el Apóstol Juan menciona estas declaraciones sobre un evento ya pasado, en forma de reflexión; es decir, en un sentido retrospectivo (Michaels, 111).

 

3. Juan 1: 31: Para ser manifestado a Israel

1:31 Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua.

Aquí Juan el Bautista provee la respuesta inmediata a una pregunta bastante simple, una que sus seguidores podrían haber tenido en sus mentes: ¿Con qué propósito (o para qué) Juan bautizaba con agua?

Esta era básicamente la misma pregunta que la delegación de judíos religiosos le había hecho en el día anterior, pero en ese caso esa pregunta sonaba más que nada como un reproche: “¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?” (Juan 1:25).  Solo momentos antes, Juan ya les había dicho que él era solo “una voz” (v. 23), y les quiso así apuntar al Mesías (vv. 26-27), ¡pero ellos no estaban realmente interesados en saber Quién era el Mesías! Este grupo de hombres solo quería saber quién Juan el Bautista supuestamente se creía ser de acuerdo a sus razonamientos.  Ellos solo querían cumplir sus obligaciones religiosas oficiales, dar una respuesta a sus superiores en Jerusalén.

Juan ahora proporcionaría a sus propios seguidores la respuesta que los judíos no estaban realmente dispuestos a considerar.  La respuesta que les daría era en realidad bastante simple: Revelar a ellos y a Israel la identidad del Mesías.  El Bautista sería solo un instrumento escogido quien, por medio de su bautismo de agua y de arrepentimiento, Dios revelaría primero a su pueblo escogido la identidad de su Redentor.

Pero primero hace una aclaración, importante también en este caso para Juan pues la repite dos veces (vv. 31 y 33).  Él quería dejar en claro que a pesar de que él ya había empezado a bautizar con el fin de lograr este propósito de revelar quién era el Mesías, todo este tiempo, ¡él mismo no conocía cuál era todavía la identidad del Cristo! Por eso ahora, en este pasaje, explicaría como llego a tener este conocimiento.

R. C. H. Lenski es de la opinión que estos versículos, del 31-34, también deberían verse como parte de “una sola pieza”, es decir, como la respuesta a otra segunda pregunta más compleja aun que la anterior, una que podría haber también aparecido en las mentes de aquellos que estaban escuchando a Juan el Bautista: ¿Cómo podría él estar tan seguro de las cosas tan maravillosas que hablaba de Jesús? (p. 113).

Y lo que el autor de este evangelio primero informa sobre Juan el Bautista podría haber sorprendido a algunos de sus lectores originales, sobre todos si estos habían ya leído o escuchado el evangelio de Lucas, donde se hace referencia a la relación familiar entre Jesús y Juan.

La sorpresa vendría al escuchar la primera de dos comentarios preliminares e idénticos sobre el Mesías:

Y yo no le conocía (versículos 31 y 33).

Según Bartley y Morris, el “y” de esta frase revela su posible origen arameo (pues en este lenguaje era más común que en el griego empezar una oración con esta conjunción “y”) y el pronombre “yo” es enfático (quizás algo parecido a lo que hacemos nosotros cuando utilizamos el “yo” en español, el cual, a diferencia del inglés, por ejemplo, no tenemos que usarlo siempre).

Regresando a nuestro tópico principal, ¿cómo es eso de que Juan el Bautista no conocía a Jesús si estos eran parientes?

Hay por lo menos dos posibles explicaciones.

La primera posibilidad, que Juan nunca había visto o escuchado de Jesús porque crecieron en lugares diferentes es por supuesto la más obvia, pero a la misma vez la menos probable.  De todas formas, creo que debemos de mencionarla esta primera posibilidad aquí.

Pero es poco probable que Jesús no sabía quién era Juan el Bautista porque, si bien es verdad que Jesús se había criado en Nazaret (al norte de Israel) y que Juan creció más bien en el desierto de Judea (al sur de la nación judía), Lucas menciona claramente su parentesco (Jamieson).  La madre de Juan (Elisabet) y la madre de Jesucristo (María) eran parientes o quizás más específicamente primas (ver TLA en Lucas 1:36); las cuales son dos posibles traducciones de syngenis (ver también “relative” y “cousin” en Luke 1:36), palabra griega que se utiliza para describir esta relación familiar entre Elisabet (Isabel en DHH) y María (Mounce, 379).

Además, si suponemos que el ungimiento del Espíritu Santo (Quien se apareció en forma de paloma) sucedió durante (o un poco después) del bautismo de Jesús (como aparentemente fue el caso), Mateo parece indicar que Juan el Bautista ya habría conocido a Jesús de alguna forma u otra antes del bautismo, y que ya le consideraba como alguien quien tendría gran estima e importancia.  En el tercer capítulo del Primer Evangelio, su autor parece indicar que Juan tenía dudas sobre su propia autoridad para bautizar a alguien más grande que él, Jesús, a quien le dijo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mateo 3:14, RVR60).

Pero el Apóstol Juan nos dice dos veces que el Bautista no conocía a Jesús.  La mejor explicación para cualquier incertidumbre es a menudo la solución más simple (o por lo menos aquí parece serlo): Juan sabía que Jesús era su primo distante (Stallings), pero al comienzo no sabía que su Pariente era el Mesías, aquel quien Juan estaba esperando todo este tiempo.

Más adelante, este evangelio explica con claridad cristalina que su fuente de información primaria provenía de Aquel quien le había mandado, es decir, Dios mismo (v.33).

Durante todo su ministerio de bautismo, Juan estaba esperando una revelación supernatural que Dios que le mostraría a su debido tiempo.  Quizás pensaría que, en el futuro cercano, Dios le confirmaría quizás una sospecha que podría haber empezado desde su tierna niñez, es decir, de que Jesús de Nazaret, su pariente, era de hecho el Escogido de Dios.

Creo que es también más posible aun que Juan el Bautista pensaría todos estos años, aun desde que vagaba por el desierto, que su primo Jesús podría ser el profeta, Elías, o quizás algún otro personaje escatológico; pero no podría saber a ciencia cierta quien era en realidad Jesús porque esa era una revelación final que tendría que venir directamente de Dios Padre.

Finalmente, notemos una interesante discusión que Andrew T. Lincoln originalmente menciona: En los evangelios sinópticos se explica que el bautismo de Juan tiene el objetivo de producir arrepentimiento en vista del juicio venidero, pero en este pasaje Juan el Bautista parece clarificar que mientras el arrepentimiento de pecados es absolutamente necesario (es un cambio espiritual representado por una limpieza física en agua), su ministerio de bautismo tenía como propósito final revelar a Israel a Aquel quien era previamente desconocido (Lincoln, 113; cf. 1: 26).

Estos medios de información, los tres sinópticos y el Evangelio según San Juan, son entonces piezas distintas que se complementan para darnos una explicación más clara y completa sobre el ministerio de Juan el Bautista.  Nos explican el medio o método usado para llegar a un propósito final y especifico.  El medio era el bautismo de Juan; el propósito la revelación del Mesías.

Todas estas fuentes de información nos informan entonces no solo los hechos tal y como sucedieron (el bautismo de Jesús en los sinópticos), sino también nos ayudan a alcanzar una interpretación teológica acerca de los significados de estos hechos (especialmente el Cuarto Evangelio).

Hoy en día, se podría decir también que el bautismo de cada persona es un reconocimiento externo del arrepentimiento necesario que ocurre internamente, en el corazón del nuevo creyente (Ezequiel 36:26-28), y Dios en esos días utilizaría el ministerio de bautismo de Juan para empezar a producir los cambios estructurales que prepararían el camino del Señor en el gran desierto espiritual que había en Israel (Isaías 40:3-5).

Geográficamente hablando, Juan si estaba bautizando en una zona escasamente poblada, cuya ubicación exacta no ha podido resolver definitivamente (ver comentario sobre Juan 1:28). Estaba aparentemente en las afueras de una pequeña aldea, Betania, ubicada “al otro lado del Jordán” (Juan 1:28), en una zona desértica, pero Juan el Bautista no preparó el camino del Mesías con una excavadora:

Él no vino y comenzó a mover la tierra, llenando los huecos, destruyendo las montañas. Entonces, ¿en qué forma él estaba aplanando las montañas y elevando los valles y enderezando caminos torcidos y moviendo a un lado los obstáculos espirituales del camino? [Si, estaba hablando] espiritualmente. El verdadero predicador de justicia, [es solo] una voz que utiliza no para atraer a la gente a sí mismo, sino para [atraerlas a] Aquel de rango superior de quien él no era digno de desatar sus sandalias (John MacArthur, The First Testimony Concerning Jesus, Part 1, minuto 47:42- 48:26).

El ministerio de Juan el Bautista era entonces el ministerio de bautismo y de arrepentimiento de pecados, para enderezar los caminos de los creyentes, en preparación de la venida del Señor.  El Mesías iba a revelarse a su pueblo, por medio de “una voz” que clamaba en el desierto, pero primero la gente tenía que enderezar sus caminos para Dios.

Así también, hoy en día, Dios nos llama también a que nosotros así mismo preparemos el camino del Cordero en nuestros corazones, abriéndole nuestras puertas espirituales, empezando con el arrepentimiento genuino de nuestros pecados (cf. Apocalipsis 3:20). De allí, una vez que Cristo viene a morar en nosotros, Él es realmente el que producirá por medio de su bautismo del Espíritu Santo los cambios necesarios en nuestras vidas, perfeccionándolas y purificándolas en amor y santidad, para llevarnos más cerca a Dios (cf. 1 Pedro 3: 18).

 

4. Juan 1: 32: Vi al Espíritu Santo descender y permanecer sobre Jesús

1:32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.

Hasta aquí habíamos tenido un testimonio continuo de Juan el Bautista que comenzó en el versículo 29, y ahora el narrador de este relato toma una pausa breve, quizás para asegurar al lector que las palabras que continuaban eran todavía del Bautista: “También dio Juan testimonio, diciendo…”.

Lo que venía a continuación era importante, continuaba siendo el testimonio de todo un profeta, el más grande de ellos, el primero de aparecerse en Israel en 400 años, hablando en un ambiente aparentemente “público y solemne” (Ryle), para los que estarían escuchando al Bautista personalmente pudieran escoger en creer en el Unigénito.

Stallings, por otro lado, también menciona un comentario algo similar: el texto original tiene un formato “jurídico”, y aquí el lector debe “escuchar” el testimonio sobre quien es realmente Jesús de Nazaret.  Es decir, “el jurado” (el lector de este evangelio) debe considerar lo que Juan el Bautista atestigua sobre Jesús, y así aceptar o rechazar el testimonio sobre su Divinidad.

Juan el Bautista prosigue entonces con su testimonio sobre un evento anterior, algo que había ocurrido hace 40 días y pico, el bautismo de Jesús, el cual no se menciona específicamente en este evangelio, pero los sinópticos si lo hacen (Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-22).  Quizás el autor de este evangelio, el Apóstol Juan, asumía que sus lectores originales ya habían leído o escuchado a uno de estos tres autores sinópticos (Hendriksen).

En este versículo, entonces, leemos sobre un testimonio ocular que ya había pasado anteriormente: “Vi al Espíritu…”

La palabra Vi” en Reina-Valera 1960 es incompleta ya que en su forma original estaba escrita en tiempo perfecto: “He visto,” como lo traduce La Biblia de las Américas (ver las otras traducciones aquí).  La idea es que el Espíritu de Dios descendió del cielo y permaneció indefinidamente en Cristo: era una acción pasada pero también continua, una escena tan viva que parecía permanecer en la memoria del Bautista con claridad.

El tiempo perfecto refleja “una convicción establecida” (D. A. Carson). “Juan no está escribiendo algo que vio una vez y que pronto desapareció, pero de algo que tenía efectos continuos” (Morris).

El verbo “ver” en su original griego (theaomai), se refiere a una mirada hecha con los ojos físicos (Bartley y Stallings). “El verbo ‘He visto’, como el mismo verbo en el versículo 14, no puede significar meramente una contemplación interior con la mente o el alma, una visión extática o cualquier otra cosa que excluya la percepción por el sentido natural de la vista” (Lenski).

1) El Espíritu Santo en forma de Paloma y sus posibles significados

Para Stallings, este versículo constituye el clímax del testimonio de Juan el Bautista en el pasaje:

Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.  

Esta es la primera vez que se menciona al Espíritu Santo en este evangelio, y la razón que se aparezca en la forma de una paloma parece ser significativo.  Por su propia naturaleza, el Espíritu Santo es invisible, es decir, como el viento que no puede verse (Lenski; cf. Juan 3:8), por eso Dios tubo que mostrarse de una forma visible para manifestar su presencia y transmitir su mensaje a Juan el Bautista que Jesús era de hecho el Mesías prometido.

No dice que descendió exactamente una “paloma”, en representación del Espíritu Santo, sino “como paloma,” y Lucas añade que lo hizo de una “forma corporal”, es decir material, un detalle importante que el médico amado menciona como aclaración (cf. Ryle; Lucas 3:22). Fue un evento físico y material, no una visión o un espejismo, de parte del bendito Espíritu de Dios, quien asumiendo forma material descendiendo del “cielo”, del sistema atmosférico que nosotros los seres humanos podemos visualizar; aquí representando una esfera espiritual, el lugar donde Dios tiene su trono (Salmos 11:4; Mateo 5:34).

El hecho que el Espíritu Santo haya descendido del cielo en la forma de “paloma” debe tener algún tipo de significado, y nos recuerda a la expresión comparativa del “Cordero de Dios,” quien por ser “de” Dios, también proviene también del cielo.  Pero la pregunta inherente que el lector de todos los tiempos ha hecho a menudo es acerca sobre esta descripción: ¿Por qué una “paloma”?

Primero empecemos con las interpretaciones más tradicionales. J. C. Ryle (1816-1900), un obispo inglés anglicano, cita a San Agustín, quien afirmaba que la semejanza con una paloma fue empleada especialmente en aquella ocasión como un tipo o prefigura del Diluvio de Noé.  En este sentido, así como una paloma en aquella ocasión llevó las buenas noticias de que las aguas ya habían descendido, San Agustín pensaba que la paloma en el bautismo de Jesús simbolizaba el apaciguamiento de la ira de Dios.

Por otra parte, el teólogo alemán luterano R. C. H. Lenski (1864-1936) también menciona una cita de otro gran teólogo de su país, Martin Lutero: “Dios el Espíritu Santo viene en una forma amistosa, como una paloma inocente, que de todas las aves es la más amable y no tiene ira y amargura en ella; como una señal de que no se enojaría con nosotros, sino que desea ayudarnos a través de Cristo, para que seamos piadosos y seamos salvos.”

Esto no significa que Lenski pensaba necesariamente que esta era la correcta interpretación, pero una digna de mencionarla, por lo menos.  Lo que si explica claramente es que nosotros los cristianos debemos de contentarnos aceptando la noción que el Espíritu Santo tomó la forma visible de una paloma para transmitir la idea de la “gracia” del Espíritu de Dios para con la humanidad.

Bob Utley menciona que la paloma era más que nada un símbolo rabínico de Israel, pero que también representaba al Espíritu de Dios. D. A. Carson cree que el hecho de que Dios haya escogido la forma de una paloma para simbolizar el descenso del Espíritu no sería algo tan obvio para aquellos que estaban con el Bautista en esos momentos, pero si menciona también que hay “alguna” evidencia de fuentes judías que si veían una conexión entre la “paloma” y el “Espíritu Santo” (p. 151).

Robert H. Mounce nos hace acordar de que a la paloma se le consideraba una ofrenda apropiada para los pobres (Levítico 12:8) y simbolizaba cualidades importantes como la pureza, la dulzura y la inocencia (p. 380). Este querido autor contemporáneo también menciona una interesante anécdota, original de William Temple, quien señala que sólo la paloma ofrece su propio cuello al cuchillo de sacrificio.  Añade, por último, que el hecho de “que el Espíritu permaneciera en Jesús simboliza la naturaleza permanente del nombramiento divino.”

Esto último detalle es quizás una de las cosas más importantes que debemos tener en mente con respecto a todo este pasaje.  Aquí dice que el Espíritu Santo permaneció indefinidamente en Jesucristo, como lo haría después sobre el creyente, algo que tendría una marcada diferencia con la forma de operación que el Espíritu Santo tenía en el Antiguo Testamento. Anteriormente, Él descendía sobre los profetas solo por etapas y para misiones específicas.  Pero Isaías había profetizado que el Mesías, es decir Jesucristo, estaría lleno del Espíritu Santo en todo tiempo (Biblia de Estudio ESV; Isaías 11: 2; 61: 1; Lucas 4:18).

Este descenso visible del Espíritu de Dios sobre la persona de Jesús, por supuesto, no fue la primera vez que ocurría.  Cristo tenía la llenura del Espíritu Santo desde que fue concebido en el vientre de María.  Acordémonos que Jesucristo es también el Hijo biológico de Dios, no solo en Espíritu (cf. Juan 4:24).  El descenso del Espíritu sobre Jesús después de su bautizo era más bien “un símbolo especial de la escogencia y equipamiento de parte de Dios” (Utley).

Entonces, estos dos acontecimientos trascendentales, el bautismo de Jesús y el subsecuente ungimiento del Espíritu Santo, tendrían un significado especial para Juan el Bautista, quien por ser levita (era hijo de un sacerdote), estaría ungiendo al Señor como fue ungido anteriormente su antepasado oficial, el rey David.  Además, y sin duda alguna, Juan también estaría familiarizado con los rituales de purificación y con pasajes veterotestamentarios que indicaban que el Espíritu de Jehová reposaría indefinidamente sobre el Mesías (Isaías 42:1; 59:21; 61:1).

Sin embargo, la revelación de por sí, y el significado de tal revelación, Juan la recibió directamente de Dios mismo, como lo muestra claramente el próximo versículo.  Dios entonces le había dicho de antemano lo que iba a pasar en el futuro (el descenso del Espíritu Santo) y que esta seria a su vez la señal Dios le daría para revelar la identidad del Mesías (Jesucristo).

Entonces, esta no era la primera vez que el bendito Espíritu Santo decencia sobre Jesús, sino que más bien este evento era significativo porque era la forma o el método que Dios escogió para revelar a Israel, por medio de Juan el Bautista, que Jesús estaba comenzando su ministerio y que ahora el Mesías estaba completamente equipado para comenzar su misión redentora en la tierra.

Por último, creo que deberíamos considerar además una anécdota muy interesante que Gerald L. Borchert menciona sobre la iglesia primitiva que sería también importante que nosotros la conozcamos pues es posible que eventualmente tendremos que lidiar con este tipo de doctrinas erróneas.

En los primeros debates cristológicos, los adopcionistas argumentaban que Dios supuestamente había adoptado a Jesús aquí, con el descenso del Espíritu Santo sobre Él.  Pero tal interpretación no está en armonía con la doctrina del autor del Cuarto Evangelio.  Este pasaje bíblico no trata de explicar cómo Jesús supuestamente se convirtió en Dios (pues Jesús ya era Dios antes que todas las cosas fueron creadas), sino que el propósito de este relato es indicar como este acontecimiento identificaría al Mesías (Borchert, 138).

 

5. Juan 1: 33: La señal de Aquel que le envió a bautizar

1:33 Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo.

Aquí Juan el Bautista repite una vez más algo que ya había dicho antes, en el versículo 31, donde también analizamos esta supuesta contradicción (en la opinión de algunos) de cómo el Bautista, siendo pariente o primo lejano de Jesús, dice aquí que no lo conocía. Vimos que, aunque habían crecido en diferentes regiones geográficas, lo más probable es que Juan conocía a Jesús simplemente como a un primo (MacArthur, Juan 1:31) y no como el Gran Mesías prometido.

1) Los Primeros 30 años de Juan el Bautista

Quizás sea útil hacer unas reflexiones adicionales sobre este tema aquí también, es decir, sobre la vida de Juan el Bautista antes de su ministerio y su relación con su pariente Jesús de Nazaret, alguien a quien era evidente que Juan le tenía sumo respeto aun antes de conocer exactamente su rango Mesiánico (cf. Mateo 3:14). Al Bautista le podría haber sido difícil de creer que Dios haya escogido a alguien tan cercano a él, en términos de parentesco, pues después de todo nadie es profeta “en su propia casa” (cf. Mateo 13:57 PDT y otras versiones).

Como vimos anteriormente, Juan el Bautista también podría haber escuchado la historia milagrosa del nacimiento de Jesús, junto con la suya propia también, la cual era asimismo supernatural, pues sus padres engendraron a Juan en “edad avanzada” (Lucas 1:7).

Estas historias eran relatos distantes que el Bautista los podría haber recordado casi como en un sueño lejano, algo que él lo habría escuchado cuando era todavía un niño bastante pequeño, pues es posible que sus padres murieron cuando él era bastante joven aun (cf. Lucas 1:80).  Así, después de su circuncisión, Juan empezó a vivir él solo, en los montañosos desiertos de Judá, bajo la protección y el amparo directo de Dios, con quien cultivó una comunión muy especial por 30 años, lejos y aparte de todas las distracciones del mundo, siendo instruido y preparado por el mismo Señor Omnisciente para su futura comisión (MacArthur, 7:00-10:07 y ff.).

Hay además aquellos que piensan que Juan fue adoptado por los esenios, quienes, según Josefo, tenían la piadosa costumbre de adoptar a niños huérfanos (Morris, p. 133, nota 76,).

Aunque yo no estoy muy seguro que este podría haber sido el caso, hace ya algunos años atrás mire en TV a un judío ortodoxo, Rabino Yechiel Eckstein, mencionar esto también, es decir, que Juan el Bautista era un esenio.  Parece que ambos, el hecho de que era soltero y su estilo de vida, son factores que algunos consideran para llegar a tal conclusión.  Por supuesto, esto no es nada más que una especulación, muy interesante, por cierto, pero sin embargo una especulación.

Entonces vemos en este versículo 33 Dios le dijo de antemano a Juan el Bautista que eventualmente Él le iba a revelar quién exactamente era el Mesías. No le dijo anteriormente el nombre especifico que identificaría a este Varón (v. 30), pero Dios si le dijo que la señal era que su Espíritu Santo iba a descender y permanecer sobre Él, revelando así también en el proceso el gran misterio de la Santa Trinidad (1 Timoteo 3:16).

Mientras que el conocimiento que Juan tenía sobre Jesús, como hombre y como hijo legal de José, era un conocimiento humano, transmitido por sus padres o por medio de otras personas; el conocimiento de quien era Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios Viviente, era un conocimiento sobrenatural, transmitido por revelación Divina.

No sabemos exactamente cuándo y cómo Dios le había hablado a Juan el Bautista sobre la revelación del Mesías (Lenski).  No sabemos si Dios le dijo al Bautista que su Espíritu Santo iba a tomar específicamente la forma de una paloma (no que iba a ser una paloma), o si esto fue algo que Juan reconoció en el momento.  Pero lo importante para nosotros es que aquí tenemos un registro no solo de lo que pasó, sino también de la interpretación del mismo Juan el Bautista sobre el significado de aquella revelación, el cual es que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios quien bautizaría con el Espíritu de Dios.

2) El Bautismo del Espíritu Santo

Llegamos entonces a la segunda función del Mesías que se menciona en este pasaje: Jesús era el que iba a bautizar con el Espíritu Santo. Jesús sería entonces aquel Dios y aquel hombre a la vez que sería capaz de perdonar el pecado de todo el mundo y quien a la misma vez bautizaría con el Espíritu Santo.

Marcos y Lucas también hablan del tipo de bautismo que el Mesías realizaría, pero ellos añaden otro detalle adicional, es decir, Jesús bautizaría en el Espíritu Santo y “fuego” (Mateo 3:11; Lucas 3:16). “El fuego allí probablemente tiene la intención de transmitir el poder limpiador del Espíritu” (Borchert, 138).

Estas declaraciones sobre el bautismo del Espíritu Santo también anticiparían el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, donde se describía aquel tiempo en que el pueblo de Dios tendría al Espíritu Santo derramado sobre ellos (D. A. Carson, The Gospel according to John, 152; Ezequiel 36:25-26).  El testimonio que Dios quiso revelar es que el Mesías recibe al Espíritu Santo permanentemente, como este versículo que estudiamos lo dice claramente; y que Jesús, a su vez, también instituiría el bautismo del Espíritu Santo desde el Día de Pentecostés (Hechos 2), aunque este nombre o fecha tampoco fue revelado en los tiempos del Bautista.

Entonces, Jesús no bautizaría con agua como lo hizo Juan el Bautista, sino con el Espíritu Santo y fuego.  Se discierne algún tipo de contraste en el texto (Lenski).  Quizás el tipo bautismo que los discípulos impartirían un poco más adelante también estaba relacionado, hasta cierto punto, con el bautismo del arrepentimiento de pecados de Juan (Lucas 3:3).

Pero, eventualmente, Dios manda a los apóstoles a hacer discípulos en todo el mundo y a bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:19).  Allí, la ordenanza no fue bautizar en uno de los nombres de Dios, Yahvéh o Jehová, por ejemplo, sino en el nombre o con la autoridad de cada Persona Divina que conforma la Santa Trinidad: El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; Quienes se mencionan que estaban presentes durante el bautismo de Jesús (aunque Dios siempre está en todas partes, aquí en el bautismo de Jesús, el Señor pensó que era importante mencionar por medio de la pluma del Apóstol Juan la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo).

Junto con el versículo 29, aquí también se detecta así mismo un énfasis doctrinal; uno que siempre está relacionado con los importantes conceptos teológicos del arrepentimiento y el perdón de los pecados (ver también Mateo 4:17).  La misión del Espíritu Santo seria el de convencer al mundo de pecado, incluyendo el pecado imperdonable, que es el de no creer en Cristo (Juan 16:8-9; cf. Hechos 4:12), pues solo Jesús es quien puede limpiar todo pecado del mundo (Juan 1:29; cf. Mateo 9:1-8).

Aun cuando los discípulos de Jesús también comenzarían a bautizar un poco después, la obra del Espíritu Santo seria limitada hasta un día especifico en la historia de la humanidad: El Día de Pentecostés (Hechos 2), donde el Espíritu Santo estaría a disposición de todos los creyentes, donde obraría en todas las naciones, razas e idiomas del mundo (cf. Hechos 2:8).

Desde ese día, Dios, por medio del Espíritu Santo, está presente y trabaja con todo poder dondequiera la Palabra de Cristo sea predicada. La revelación saldría de Israel, pero ahora estaría a disposición del mundo entero.  Los lenguajes humanos mencionados en Hechos 2 subrayan el propósito universal de llevar el testimonio de Jesús a otras regiones del mundo.  Los primeros cristianos tuvieron que esperar hasta ese día especifico, y desde allí, a nosotros se nos exhorta a ser llenos del Espíritu (Efesios 5:18) y a caminar con el Espíritu (Gálatas 5:25).

El pastor y teólogo MacArthur explica la forma en que desde ese día obraría el Espíritu Santo, en la vida del creyente, desde la venida de Cristo a la tierra (ver este artículo en Grace to You, 2/21/17):

En la era actual, el bautismo por Cristo por medio del Espíritu Santo tiene lugar para todos los creyentes en conversión. En ese momento, todo creyente es colocado en el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:13). En ese momento el Espíritu también toma su residencia permanente en el alma de la persona convertida, de modo que no existe tal cosa como un cristiano que aún no tiene el Espíritu Santo (Romanos 8:9, ver 1 Corintios 6:19- 20).

 

6. Juan 1: 34: Jesús es el Hijo de Dios

1:34 Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Esta sería la declaración formal e indiscutible de Juan el Bautista acerca de su confesión y testimonio sobre Jesús.  En el griego original, aquí se utiliza nuevamente dos veces el tiempo perfecto para los verbos ver y testificar (“Y yo le he visto y he dado testimonio”, LBLA, subrayado por motivo de énfasis), los cuales marcan un agudo contraste con el “yo no le conocía” anterior, y que además indican continuidad en el ver y testificar del Bautista (Juan 1:31,33; Bartley, 75); es decir era “una acción concluida en el pasado, pero continua” (Utley, Juan 1:34).

Para J. C. Ryle, este versículo significa que Juan estaba como queriendo decir “Yo le vi perfectamente, y desde ese momento he testificado claramente y sin vacilar de que la persona a quien veis delante de vosotros es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Desde el día de su bautismo he estado plenamente convencido de que es el Mesías” (Ryle, 98).

R. C. H. Lenski menciona un comentario muy interesante acerca del significado original del verbo griego de “ver” en el v. 32 y el “ver” del versículo actual. En el primer caso, se utiliza θεάομαι, que significa “contemplar” con una “larga mirada” de admiración y asombro; pero ahora en el 34 se utiliza ὁράω, que significa ver con “entendimiento y comprensión”.  Primero se enfatiza la vista física y ahora se hace hincapié en el entendimiento, el cual permite al Bautista a declarar formalmente su testimonio final: Jesús es el Hijo de Dios.

1) ¿“Hijo” o “Elegido” de Dios?

En la segunda parte del versículo nos encontramos con un pequeño problema sobre el texto original de Juan 1:34; el cual es sobre la declaración de Juan el Bautista sobre Jesús.  ¿Dijo que Jesús es el “Hijo de Dios” (como aparece en RVR60) o que fue el Señor es el “Elegido de Dios” (como dice la NTV)?

Quizás les sorprenda el hecho de que muchos de los comentaristas modernos creen que es más probable que la traducción alternativa es la original (el “Elegido de Dios” aquí en Juan 1:34b), incluyendo Leon Morris, D. A. Carson, Gordon Fee, etc.  (De aquí en adelante llamaremos al texto “Elegido de Dios” como la versión alternativa, y al texto más usado “Hijo de Dios” como la versión tradicional).

El argumento más común que he notado que se utiliza para apoyar a esta versión alternativa es que sería difícil que una versión original de “Hijo de Dios” haya sido cambiada por algún escriba a “Elegido de Dios,” pero se supone en este razonamiento que el caso inverso (cambio de Elegido a Hijo) sería lo más probable (Morris).

Igualmente, Gordon Fee (quien es citado por Bob Utley en su comentario sobre Juan 1:34) cree que lo más probable es que un escriba haya cambiado el original (en su opinión) “Elegido de Dios” al supuestamente posterior Hijo de Dios;” básicamente para evitar que algunos utilicen este versículo para defender ideologías erradas, en este caso, también se menciona a los adopcionistas.  Esto es algo que D.A. Carson también menciona, lamentándose que la evidencia textual para la versión alternativa no tiene el apoyo que “uno podría desear” (D. A. Carson, The Gospel according to John, 152).

Aunque es enteramente posible que la traducción alternativa haya sido la original en el Cuarto Evangelio (ver Isaías 42:1), pues la diferencia de opiniones no es inherentemente doctrinal o teológica, sino que la discrepancia es sobre el texto original; aun el mismo D. A. Carson admite poco después que la versión textual “‘El Elegido’ no está en otro lugar atestiguado en este libro”.  De allí, sorpresivamente, él razona que esta falta de atestiguación en otras partes en este mismo evangelio es lo que justamente se podría utilizar para apoyar la variante alternativa: “Por lo tanto,” Carson continua, “…los copistas eran más propensos, en equilibrio, a cambiar ‘el Elegido de Dios’ en ‘el Hijo de Dios’ que el contrario” (ibíd).  Como ya lo habrán notado, este es también básicamente el mismo argumento que Morris y Gordon Fee hacen.

Más adelante, D. A. Carson menciona que lo que si se atestigua claramente es el hecho que en este Evangelio se menciona que los discípulos de Jesús si fueron electos: “sus elegidos,” y continúa diciendo que este es un tema “bastante fuerte” en el Evangelio según San Juan.  Este es básicamente un argumento que se utiliza a menudo en el calvinismo para apoyar la doctrina de la elección incondicional de Dios sobre todos los creyentes.

Pero una cosa es hablar de que en este evangelio Jesucristo eligió a sus doce discípulos, incluyendo a Judas Iscariote, y otra cosa bastante distinta es afirmar que Jesús fue elegido por Dios.  Esto, nuevamente, parece ser lo que Isaías había antes afirmado en el Antiguo Testamento, pero esto no es algo que se menciona en otras partes de este Evangelio en particular.

Gerald L. Borchert, por otro lado, no parece tampoco estar muy convencido sobre esta última comparación; es decir, el supuesto paralelo de la doctrina de elección de los discípulos por Jesús y la elección de Cristo por Dios Padre en este evangelio.  Hablando sobre la traducción alternativa, “el Elegido”, Borchert escribe:

Pero si bien esta interpretación puede resultar atractiva, teológicamente parece un poco desfasada [palabra que significa inadecuada, descentrada o fuera de la fase o centro principal] con la perspectiva del evangelista. Servidumbre y elección no son motivos habituales aplicados a Jesús en este Evangelio. En cambio, son designaciones para los discípulos. A Jesús se le dan otras designaciones.

Un poco más adelante es claro que este último autor, Borchert, se inclina en cambio a aceptar como frase original a la versión tradicional:

La confesión “Hijo de Dios” probablemente es preferible aquí. No sólo está textualmente mejor apoyada, sino teológicamente está en el corazón mismo de la preocupación juánica sobre quién es Jesús. ¿Es el hijo de José o el Hijo de Dios (por ejemplo, 1:45, 3: 16-18, 6: 40-42, 10:36, 19: 7)? Una preocupación crucial del evangelista al escribir el Evangelio (20:31) es que Jesús es precisamente el Hijo de Dios. (139–140).

2) Los Testigos de que Cristo es el Hijo de Dios

Creo que sería muchísimo más fácil, por lo menos para mí, aceptar este último razonamiento.  De hecho, en este Evangelio se citan otros testigos, aparte de Juan el Bautista, que también declaran que Jesús es verdaderamente “el Hijo de Dios”.

Estos testigos adicionales incluyen:

Natanael, quien en Juan 1:49 se dirige a Jesús diciendo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.”

Pedro en Juan 6:69: “Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

Marta en Juan 11:27: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.”

Juan el Apóstol, el propio autor de este evangelio menciona en Juan 20:31 el propósito por el cual escribió el evangelio que lleva su nombre: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.”

Jesucristo mismo, como Borchert también lo menciona, afirma ser Él mismo el Hijo de Dios en Juan 10:36.

(Las palabras subrayadas la hemos añadido a las citas bíblicas anteriores para ayudar al lector a identificar rápidamente el texto y tópico en discusión).

Los evangelios sinópticos, por supuesto, también atestiguan claramente que Jesús es el Hijo de Dios.  Aunque ninguno de los comentaristas que mencionamos anteriormente pondría en duda este hecho, es decir, de que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios (nuevamente es importante tener en mente que la diferencia de opiniones no es sobre si Jesús es o no el Hijo de Dios, sino sobre si esta frase es la original en este versículo), creo que lo más importante aquí no es solo que este título aparece en Mateo, Marcos y Lucas de por sí.  Sino que lo más relevante para nosotros ahora son los pasajes sinópticos que específicamente narran el bautismo de Jesús (Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-22); de hecho, todos estos pasajes mencionan la Voz del cielo que provino de Dios mismo, Voz que testificó inequívocamente que Jesús es el Hijo del Altísimo.

Regresando entonces a nuestra discusión sobre Juan 1:34, y especialmente al tema de la originalidad del título “Hijo de Dios” en este versículo, creo que sería útil recordar que Juan el Bautista estaba hablando específicamente del testimonio que él mismo vio sobre el ungimiento del Espíritu Santo durante este evento en particular: el Bautismo de Jesús.  Aunque en el Evangelio según San Juan, el Bautista no menciona específicamente la voz de Dios que dijo “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17, RVR60), en este verso de San Juan 1:34 (y en los anteriores), es bastante claro que el Bautista está hablando del bautizo de Jesús (Kruse, 82).

Por consiguiente, si Juan el Bautista estaba hablando de este evento tan especial, donde Jesús fue visiblemente ungido por el Espíritu Santo, quien descendió sobre Cristo en la forma de una paloma; entonces, lo más probable es que el testimonio del Bautista incluiría directamente el mensaje de la Voz del Cielo que provino directamente de Dios durante tal ocasión, es decir, el hecho indiscutible de que Jesús es el “Hijo de Dios”.

En un ambiente en donde la expectativa era que el Mesías estaba por regresar (cf. Lucas 3:15); un día después de que Juan el Bautista había negado rotundamente ser el Mesías (Juan 1:20); y solo momentos después en el cual Juan había llamado a Jesús el Cordero de Dios (Juan 1:29), lo más probable es que los oyentes de Juan estarían esperando escuchar era que Jesús era “el Mesías” (cf. Stallings, 34).  Pero esto no es exactamente lo que Juan dijo, aunque eso es también la verdad; sino que en esta oportunidad más bien el Bautista mencionó exactamente lo que él también había escuchado del cielo, es decir, que Jesús es el Hijo de Dios.

Entonces, nos podría ser más fácil asumir que Juan el Bautista estaba simplemente repitiendo lo que Dios mismo había dicho desde el cielo durante el bautismo de Jesús (que Jesús es el “Hijo” de Dios) que usar más bien una frase que, aunque si estaba atestiguado en el Antiguo Testamento, no es un tema central en este evangelio, de hecho que no es un tema se menciona más en San Juan (que Jesús es el “Escogido” de Dios).

Además, al Mesías también se le llama Hijo de Dios en el Antiguo Testamento.  El Salmo 2:7, por ejemplo, registra al Rey David mencionar: “Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú,” dentro del contexto de un pasaje que habla de un pacto con Dios en donde existe una clausula en donde el Mesías, el descendiente legal de David, tendría herencia de un reino que incluiría todas “las naciones”, pues se extendería hasta “los confines de la tierra” (v.8).

Por último, creo que también sería útil notar que tradicionalmente la mayoría de versiones de la Biblia en nuestro idioma han aceptado la versión “Hijo de Dios” (por esto es precisamente que he llamado a esta frase la versión tradicional).

Si nosotros consultáramos con la mayoría de traducciones en el español que aparece en el website Bible Gateway (BG) sobre Juan 1:34, comprobaríamos nosotros mismos la magnitud de esta aceptación.  Esto se debe a que una cantidad abrumadora de versiones apoyan la versión tradicional (18-1).  Solo una de las traducciones (nuevamente la Nueva Traducción Viviente) utiliza la variante “Elegido de Dios,” y los 18 restantes utilizan la versión el “Hijo de Dios” (de una forma similar, ver también las traducciones en inglés de BG, donde la versión tradicional prevalece 48-7).

3) ¿Qué significa exactamente que Jesús es el “Hijo de Dios”?

Podríamos gastar mucho tiempo más hablando sobre todas estas diferencias de opiniones acerca de la originalidad del texto, pero creo que lo más importante por ahora es reconocer que en este evangelio se testifica varias veces y por varias personas piadosas (como lo vimos en la sección anterior) el hecho indiscutible de que Jesús es el “Hijo de Dios.”

Además, puesto que esta es la primera vez en donde aparece esta importantísima frase en este Evangelio, creo que sería mucho más provechoso para nosotros invertir el resto de nuestro tiempo examinando que es lo que este título exactamente significa y cuáles son las implicaciones teológicas al afirmar que Jesús es el “Hijo” de Dios.

Para lograr tal propósito, podríamos comenzar con un corto estudio exegético; es decir, con respecto a algo extremadamente útil que encontré por primera vez en el Comentario Bíblico Mundo Hispano:

Notamos en el v. 12 que el autor [el Apóstol Juan] es fiel a marcar la distinción entre los términos gr. teknon5043 (lit. “niño”) y juios5207 (lit. hijo), aquel usado al referirse a los creyentes en Cristo y éste para referirse al Hijo unigénito de Dios (Bartley, 75).

Aunque corra el riesgo de parecer redundante, me gustaría mencionar similarmente a otra cita adicional sobre esta última clarificación exegética, por la importancia que este tema teológico se merece.  Aparte de Bartley, otros dos autores cristianos evangélicos del Seminario Teológico de Dallas, John F. Walvoord y Roy B Zuck, en sus comentarios titulados de El Conocimiento Bíblico (una obra que también ha sido traducida al español), también ellos mencionan un comentario muy similar sobre el título “Hijo de Dios”. Allí, ellos escriben:

En el gr. del cuarto evangelio, este título no se aplica a los creyentes.  A ellos se les llama ‘hijos’ (tekna “niños” e.g. Juan. 1:12), mientras que ‘Hijo’ (juios) se usa sólo con referencia a Jesús (Walvoord, 24).

Entonces, esta distinción exegética en la gramática del Apóstol Juan nos ofrece una importante pista sobre lo que el Juan el Bautista tenía en mente cuando utilizó el término Hijo de Dios” para referirse a Jesús.  Aquí “Hijo” es una palabra griega diferente a la que se utiliza con los cristianos, aquellos que por iniciativa del Padre reciben voluntariamente a Cristo en sus corazones y son así adoptados como “hijos de Dios”, término que, para ser más exactos con respecto al vocabulario de Juan, son literalmente “niños de Dios.”

Por consiguiente, en este sentido, solo a Jesús se le puede llamar estrictamente el “Hijo de Dios” (Juan 1:12; cf. Bartley, 63; Juan 1:34).

Samuel Vila Ventura, en su Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado, nos ofrece la siguiente explicación sobre este título “Hijo de Dios”:

Uno de los títulos del Mesías (Salmos 2:7; Juan 1:49; cfr. 2 Samuel 7:14) que expresa, en su sentido más profundo, la misteriosa relación que existe entre el Padre y el Hijo en su eterna relación en el seno de la Deidad… El término «Hijo» no se relaciona con la misión de Cristo, sino con su naturaleza, idéntica a la de Dios, implicando su igualdad con Él. (Samuel Vila Ventura, Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado [TERRASSA, Barcelona: Editorial CLIE, 1985], 494).

Es importante, entonces, entender que esta diferencia de términos para referirse a los cristianos como hijos o niños adoptados de Dios (cf. John 1:12), y solamente a Cristo como “Hijo de Dios” (nuevamente una palabra griega originalmente diferente, escrita siempre en singular, y algo que en nuestro idioma la escribimos con mayúscula para describir la deidad de Jesús) o como veremos más adelante “Hijo Unigénito” de Dios (Juan 3:16; cf. Juan 3:14,18), es por supuesto un tipo de herramienta lingüística que el autor utiliza para enfatizar el importantísimo tema de la Divinidad de Cristo.

Esto no es algo que debería asombrar a nadie, por supuesto, ya desde el mismo comienzo de este Evangelio, el autor llama a Jesús “Dios” en Juan 1:1, donde se muestra (a la misma vez) que Cristo es pues una Persona diferente y cercana al Padre (“era con Dios”) y a la misma vez Dios mismo (“y era Dios”).  La Tercera Persona, el bendito Espíritu Santo, también es mencionado en el primer capítulo de este evangelio (una vez en el v.32 y dos veces en el v.33).  El misterio de la Santa Trinidad es algo que se podría percibir en el Antiguo Testamento, pero su revelación completa se llevó a cabo solo en el Nuevo Testamento.

Por último, el título “Hijo de Dios” está relacionado no solo con el testimonio de Juan el Bautista (Juan 1:34), frase que provino de la Voz de Dios desde el cielo (Mateo 3:17); sino también este título de Jesús se relaciona con la salvación eterna por medio de Cristo (Juan 3:18); la adoración directa a Jesús (Mateo 14:33); con el propósito central de este evangelio (Juan 20:31); con la persecución de Jesús (Juan 5:18), y por ultimo con la sentencia que lo llevo al Calvario (Mateo 26:63-66).

Estos dos últimos tópicos, la persecución y la muerte de Jesús en la Cruz, nos indican que, aunque la mayoría de judíos nunca tuvieron la fe suficiente como para aceptar a Cristo como su Mesías, en términos de comprensión intelectual por lo menos, ellos si entendieron, en el momento de escuchar personalmente a Jesús proclamarse “Hijo de Dios,” que Cristo estaba diciendo que Él es Dios.

Como nosotros sabemos, esta declaración fue demasiado para los judíos, hombres de religión, pero sin amor y sin verdadero conocimiento de Dios, y fue esta equivocada percepción de herejía la razón por la cual finalmente persiguieron y mataron al Aquel quien creo la vida.

Los judíos entonces asesinaron a Jesús por llamarse a sí mismo Dios, y aun en nuestros propios tiempos, muchos de los que se autodenominan cristianos no creen en realidad en la deidad del Hijo, ni de su igualdad con Dios Padre, y por lo tanto (por más que lo nieguen), no le dan a Cristo la honra y el honor que Él se merece.  Pero esta es una confesión de fe básica, que Jesús, el Hijo de Dios, es también “el Dios con nosotros” (Mateo 1:23), y nuevamente esto fue exactamente lo primero que dijo y enfatizó el autor del Cuarto Evangelio, en el principio, que el Verbo encarnado estaba con Dios y que era así mismo Dios (Juan 1:1).

 

2. Conclusión

Vimos entonces que el clímax del testimonio de Juan el Bautista se menciona en un segundo día de lo que fue en realidad una serie de eventos que ocurrieron en tres días consecutivos.  Como vimos en un estudio bíblico anterior a este, en el primer día Juan menciona a una delegación de judíos que el Mesías ya había llegado.  En el segundo día, tema de este ensayo, el Bautista menciona a sus seguidores quien es específicamente el Mesías.  Y, como veremos más adelante, en el tercer día Juan el Bautista prácticamente invita a dos de sus discípulos a seguir literalmente los pasos de Jesucristo.

Aunque no se menciona en este pasaje quienes fueron exactamente los que escucharon el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús de Nazaret, quien es referido aquí como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), lo más probable es que Juan estaba hablando con sus propios seguidores o discípulos (Lenski, 124; cf. Juan 3:26).

Como vimos anteriormente, no hay un acuerdo común acerca del origen del término “Cordero de Dios”, pero lo más probable es que este sea un término general que se refiere a varios tipos de sacrificios expiatorios que se realizaban en el Antiguo Testamento: El Cordero Pascual, quien nos hace acordar que la sangre redentora de Jesucristo nos libra del pecado y por consiguiente de la muerte eterna; el Siervo Sufriente de Isaías 53, quien nos recuerda como Cristo acepto morir en la Cruz mansamente para llevar nuestras culpas y pecados; el Cordero Apocalíptico Triunfante, quien subraya la victoria final de Cristo en su Segunda Venida, es decir, cuando el Señor venga como Rey y Juez de toda la tierra; y para mencionar como un último ejemplo, el Cordero de Abraham, prefigura de la gracia de Dios Padre de entregar a su Hijo Unigénito por iniciativa propia.

En este sentido, el “Cordero de Dios” es entonces el único y perfecto sacrifico que Dios hizo en beneficio de todos los pecadores de todos los tiempos y en todos los lugares del mundo que depositarían su fe y confianza en el Hijo de Dios.  El propósito del Cordero seria entonces la de limpiar el pecado de todo el mundo y lo haría por medio del Bautismo del Espíritu Santo y Fuego, algo que procedería después de un arrepentimiento genuino del creyente, quien debe disponer en su corazón el camino para Dios por medio del arrepentimiento de pecados.

Juan el Bautista se sometió a la voluntad de Dios todos los días de su vida.  Aunque al comienzo no sabía exactamente quién era el Mesías, Juan igualmente predicó el bautismo del arrepentimiento hasta que a su debido tiempo el Señor le mostraría quien iba a ser aquel Mesías prometido.

La razón de su vida, la misión que Dios había encomendado a Juan el Bautista era entonces revelar a Israel, y posteriormente al mundo entero, la identidad de aquel Quien era superior a Juan el Bautista en rango y en tiempo (cf. NBLH en Juan 1:30). Pero el revelador necesitaría primero una revelación, y esta llego durante el bautismo de Jesús, donde finalmente Juan comprendió que Jesús era el Elegido, para citar a Isaías, quien también fue revelado ser nadie menos que el Hijo del Dios Viviente, cuando vio descender al Espíritu Santo en forma de una paloma.

Quizás el punto culminante del ministerio de Juan el Bautista fue cuando después de haber visto y de haber entendido, él pronunció un testimonio definitivo que Jesús de Nazaret, como se le conocía en aquellos tiempos, era el mismo Hijo de Dios (Juan 1: 34).

El lector de este evangelio debe leer el testimonio y examinar la evidencia que se presenta en este relato para sacar también sus propias conclusiones acerca de quién es exactamente Jesús.  Si el lector concluye, como Juan también concluyó, que Jesús es de hecho el Hijo de Dios, y se arrepiente de sus pecados, entonces tendrá vida eterna.  Este es el propósito por el cual se escribió este evangelio (Juan 20:31).

Como en el pasaje anterior a este (Juan 1: 19-28), aquí también el autor nos muestra un buen ejemplo de integridad moral y espiritual, a Juan el Bautista, quien fue un hombre que vivió toda su vida con una misión en mente, aunque no sabía al comienzo a quien iba a revelar como el Mesías.  De todas formas, Juan igualmente obedeció el llamado con humildad y devoción.  Fue un predicador que no busco realmente discípulos para sí mismo, sin ningún título que acompañara su nombre, sin hogar y sin dinero, con un estilo de vida bastante humilde, y que todo lo que quería hacer realmente en esta vida era llevar a la gente a Dios (MacArthur, The First Testimony…, 20:26).

Juan el Bautista es un buen ejemplo para nosotros, quienes debemos de recordar que Dios también tiene una misión específica para nosotros; una que no nos la va a revelar hasta que nosotros primero obedezcamos su palabra ya revelada en las Santas Escrituras, y que solo al hacer esto, eventualmente, vamos a “conocer” también a Dios nuestro Salvador, Cristo Jesús, de una forma personal y genuina, con un tipo de verdadera comunión espiritual.

Es entonces un tipo de conocimiento que no se obtiene aceptando simplemente como válido algún tipo de información; sino es algo que se obtiene a través de una comunión genuina con el Señor, caminando diariamente con nuestra cruz en el hombro, siguiendo el camino derecho y angosto que Dios nos ha trazado para llegar al Cielo.

Amén.